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y ComUnidad Gay

Los temas que nos ocupan en la comunidad gay latinoamericana


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Inicia el nuevo milenio y se antoja echar un vistazo atrás para hacer un análisis retrospectivo de lo que ha sido y es ahora el llamado “movimiento gay mexicano”, que no es otra cosa más que la manera en que se nos han venido dando las circunstancias a los homosexuales en el contexto de la realidad social de nuestro país y nuestra lucha por alcanzar una convivencia inclusiva. Hay que decir que actualmente se vive una apertura sin precedentes con relación a la aceptación e integración de los grupos homosexuales con el resto de la sociedad, aunque aún dista mucho de lo que gran parte de nosotros quisiéramos. Lo que más hemos alcanzado a lo largo de estos años, en mi opinión, ha sido sólo una coexistencia tolerante. Desde luego que, también, hay que tener mucha precaución para que esta “aceptación” de la homosexualidad no se dé en los términos ni bajo los parámetros que están dictando los talk-shows o la prensa morbosa y sensacionalista, donde la cuestión homosexual y lésbica se presenta como una suerte de desviación de la normalidad humana y de la que hay que compadecerse por inevitable, como inevitable es también la pobreza o la enfermedad. ¡Qué horror!

 Para las nuevas generaciones de chicos y chicas homosexuales, hoy adolescentes, pudiera parecerles que las cosas siempre han sido iguales: una amplia oferta de bares y discotecas para divertirse, revistas y literatura dirigida específicamente a los miembros de la comunidad gay, una creciente presencia del tema homosexual y lésbico en diferentes foros e incluso legisladores y políticos que abiertamente manifiestan sus preferencias sexuales. Bueno, pues resulta que no ha sido así siempre y que nuestras “libertades” son el resultado de un camino –a veces sinuoso- transitado por los gays de México y del mundo, fundamentalmente durante los últimos 30 años. Viendo hacia atrás, en realidad 30 años no son muchos, y si no nos detenemos a reflexionar un poco sobre este camino y la necesidad de consolidar los logros, bien pudiéramos ser objeto de un grave retroceso que nos confinará irremediablemente y de nuevo a la marginalidad y el silencio de antes. El tratamiento que en la actualidad hacen muchos medios de comunicación sobre la cuestión gay, está configurando un panorama adverso para nuestras libertades y para nuestros derechos ciudadanos del que seguramente no nos sentiremos felices si llega a consolidarse.

  

La emoción del Gay Liberation en los setentas

 Después de los movimientos reivindicativos de los jóvenes en la década de los sesentas en diferentes latitudes del mundo (y representado en México por el movimiento estudiantil de 1968 y por el movimiento Hippie) así como resultado de la difusión de los planteamientos que abanderó la llamada Revolución Sexual, la década de los setentas trajo consigo inéditas y notorias acciones protagonizadas por hombres y mujeres homosexuales. En México se conoció relativamente de cerca al Gay Liberation iniciado por los homosexuales norteamericanos, especialmente por aquellos valientes que protagonizaron los hechos de Castro Street, en San Francisco, al enfrentar violentamente a la policía cuando ésta pretendía hacer una redada en los semiclandestinos bares gays de la citada calle. Cuando el mundo supo que los homosexuales en los EEUU se identificaban ya a sí mismos como una poderosa minoría capaz de actuar colectivamente y en favor de sus demandas y derechos, se detonó un movimiento en casi la totalidad de los países occidentales en el que lesbianas y homosexuales reclamaban dejar de ser ciudadanos marginados y discriminados. No con esto quiero decir que no existieran ya movimientos de liberación gay en otros países, fundamentalmente en Europa,  sino sólo afirmo que en México fue el movimiento de los EEUU del que más información tuvimos y del que algunos mexicanos incluso participaron.

 Así las cosas, en México -y principalmente en su ciudad capital- los sitios de reunión para la gente “de ambiente” (el término “gay” llegó hasta finales de los setentas) fueron extendiéndose poco a poco en forma de fiestas, bares y discotecas. Asistir a un bar o discoteca gay era toda una aventura porque siempre existía el riesgo de que la policía irrumpiera violentamente y efectuara una redada, trepando a la “panel” a todos los clientes del lugar y llevándoles a los separos, donde eran objeto de las más denigrantes vejaciones e insultos por el solo hecho de ser homosexuales. Los antros que resultaron ser más exitosos en la segunda mitad de la década de los setentas, fueron aquellos que podían ofrecer cierta seguridad a sus clientes y vender la relativa garantía de que no habría problemas con la policía, de que no acabarían pasando una fría noche en la estación de policía o siendo fotografiados para aparecer en las amarillas páginas del periódico La Alarma. No siempre resultaba cierta dicha oferta de seguridad en los antros, pero el hecho es que las redadas efectivamente se hicieron poco a poco una práctica menos repetida, aunque no erradicada (aún en el año de 1999, bajo el supuestamente democrático régimen de izquierda de Cuauhtémoc Cárdenas en la Ciudad de México, hubo redadas en algunos establecimientos gays). Recordamos a personajes pintorescos de aquellos días, como el travestí de más de 100 kilos conocido como “La Xóchitl” (Gustavo) o la hermosa Naná (Alejandro); y también a grandes empresarios gays de la década de los setentas, como lo fue Don Oscar Calatayud o Doña Martha Valdespino (ella aún trabajando), y sitios memorables como el Mío Mundo, el Pent-House, el 24 Horas, el D´Val, el L´Barón o el famosísimo Nueve (del empresario francés Henry Donadieu). También era costumbre realizar el concurso versión travestí de “Señorita México”, al que venían guapas vestidas de toda la república, o fiestas privadas de paga en casas vacías y donde ya se podían ver shows de chicos strippers y no había tanto temor de que llegara la policía a intimidar a los asistentes. Entonces México bailaba al ritmo de la música disco: Bee Gees, Donna Summer, Thelma Houston, Silver Convention, Wild Cherry, Barry White, Andy Gibb, Ivonne Elliman, Earth-Wind & Fire..... o para quienes preferían otras alternativas, David Bowie, Chicago, Alice Cooper, Lou Reed, Iggy Pop, The Tubes, Patty Smith, Nina Hagen, Little River Band, Lene Lovich, 10cc, Queen, Yes o Emerson-Lake & Palmer, entre otros, que eran opciones de mucha calidad.

No fue sino hasta el año de 1978 cuando las lesbianas y homosexuales de México reconocieron su capacidad de actuar colectivamente en defensa de sus derechos ciudadanos y en contra de la discriminación por motivo de sus preferencias sexuales. El creciente ánimo del Gay Liberation visto en los EEUU y la inercia de los postulados libertarios de la década de los sesentas, detonó finalmente la organización de la primera Marcha del Orgullo Lésbico Gay en el verano de aquel año. Organizaciones ciudadanas de homosexuales como LAMBDA, FARH y otras, y personajes como Xavier Lizárraga, Patria Jiménez (entonces sin compromisos ni privilegios partidistas) y muchísimos otros mexicanos que se dedicaban al activismo comprometido, realizaron una eficaz convocatoria para la que hubo una amplia respuesta por parte de hombres y mujeres homosexuales.

Marcha Lésbico Gay, 1978, Foto: Paco Calderón

  Aquel día el Paseo de la Reforma presenció, desde las rejas del Monumento a los Niños Héroes, a los pies del Castillo de Chapultepec, y hasta el Hemiciclo a Juárez (un recorrido de aproximadamente 5 kilómetros), y ante la incredulidad de los transeúntes, una espectacular marcha ciudadana en la que por primera vez más de 700 hombres y mujeres gritaban a los cuatro vientos su gran orgullo de ser y asumirse como homosexuales y lesbianas. Ningún partido político o agrupación gremial encabezaba aquella espontánea manifestación; solamente la convicción de un grupo de ciudadanos que sintieron la necesidad de romper con las molestas ataduras y las hipócritas convenciones morales e hicieron su iniciativa patente en una colorida marcha. Desde entonces, las cosas cambiaron rotundamente y se dio inicio a una etapa de apertura y fortalecimiento para la comunidad gay mexicana.

 Hay que decir que a pesar de esta naciente euforia, las personas que vivían fuera del closet y manifestaban abierta y cotidianamente su preferencia sexual y asistían a sitios de reunión, eran relativamente pocas en comparación con la población gay de las décadas subsecuentes. El “ambiente” de finales de los años setenta estaba conformado por diversos y nutridos grupos de amigos, prácticamente reconocibles entre ellos mismos y con sus modos de convivir muy particulares; interactuaban al ritmo de la música disco, la moda de la época y el siempre acariciado sueño de vivir el amor sin tener que esconderse de nadie. La calle de Génova en la Zona Rosa y algunas otras calles de la colonia Roma, el Sanborn´s del Ángel o el de la calle de Aguascalientes, eran los puntos de reunión de la gente de ambiente. También, en el paradisíaco Puerto de Acapulco nació la discoteca Gallery, donde se presentó el mejor show travestí de México por muchos años y como un espectáculo muy gustado por el turismo extranjero, pero poco a poco se transformó en espacio de reunión para los vacacionistas gays.  En fin, se vivía una época de apertura para muchos homosexuales y –en menor medida– lesbianas en este país.

  

En los ochentas somos más y nos conocemos menos

 La década de los ochentas en México fue testigo de la masificación del ambiente, ahora sí “ambiente gay”, y junto a este vigoroso crecimiento en la afluencia de homosexuales y lesbianas a los sitios de reunión vino un notable cambio en los patrones de conducta de muchos de nosotros. Los antros gays ahora no vendían, como en la década pasada, seguridad y garantías de no ser atropellados por la policía; ahora lo que se ofertaba era la ilusión de vivir plenamente la Gay Liberation, es decir, la posibilidad para cada uno de nosotros de representar plenamente los estereotipos comerciales que veíamos en los estilos de vida de los homosexuales de Norteamérica. Desgraciadamente, la ventana que tuvimos en México -y en muchos otros países- para ver y aprender estos estilos de vida, esta parcialmente entendida liberación, fue la de la pornografía; el boom de las vídeo-casseteras nos hizo más accesible este tipo de materiales y superó el consumo que ya se hacía, ciertamente de forma moderada, de revistas impresas que fácilmente recibíamos a través del correo. Libertad sexual se interpretó como la “libertad” de podernos ir a la cama con la cantidad de gente que quisiéramos o pudiéramos. Tener muchos contactos sexuales era, para muchos, sinónimo de mayor libertad; desde luego que quienes teníamos la facilidad de ligar más parejas, nos sentíamos más exitosos que el resto del grupo.

 En muy pocos años la afluencia de gays a los bares se incrementó de manera impresionante, llevando a los sitios tradicionales a volverse caducos e incómodos en muy poco tiempo. El bar Nueve, del famoso empresario Henry Donadieu y el antro más vanguardista y frecuentado por las clases pudientes capitalinas a finales de los setentas, comenzó a ser insuficiente en su aforo y hubo de cerrar sus puertas a pesar de la tristeza de muchos de nosotros. Realmente fue una lástima prescindir de aquel espacio donde escuchamos en vivo por primera vez a grupos musicales como Botellita de Jerez, La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Kenny y los Eléctricos, Ritmo Peligroso, los Caifanes,  o aquellas noches de poesía en labios de Guadalupe “Pita” Amor. Ahora tomaban su lugar discotecas con mayor capacidad y a las que se permitía el acceso de prácticamente cualquier tipo de gente (como El Taller, el Don o el New York). Aparecieron sex-shops, bares para leathers o “vaqueros”, y sitios semejantes que recreaban estereotipos norteamericanos, ciertamente alejados de la idiosincrasia del mexicano pero muy de su gusto. El uso de sustancias afrodisíacas, como los popers,  se generalizó y los baños públicos (los Ecuador, los Finisterre o los Señorial) vieron crecer su clientela y la naturaleza de los actos ahí realizados. Había también fiestas apoteósicas en regias casonas, tanto en la Ciudad de México como en Acapulco y Cuernavaca, y desde ciudades como Guadalajara, Monterrey o Tijuana comenzaba a escucharse de la existencia de estupendos antros gays. Surgieron también las primeras agencias de “masajes”, mismas que reunían un surtido catálogo de chicos dedicados a la prostitución, y en determinadas calles de la colonia Roma y la Cuauhtémoc  sólo bastaba con darse un par de vueltas en el auto para después elegir e invitar a subirse a algún sabroso chico callejero para tener una despreocupada aventura sexual.

Nos sentíamos “libres” al comenzar los años ochenta, creíamos que en ese estilo de vida se recreaba nuestra libertad y el sentido final de nuestra condición homosexual; si bien nuestra marginalidad se institucionalizaba, se consolidaba calladamente, nosotros no lo veíamos así y vivíamos felices explorando de piel en piel, de boca en boca… de cama en cama. Pero entonces, inesperadamente como toda tragedia llega a nuestras vidas,  antes de concluir la primera mitad de los años ochenta irrumpió el S.I.D.A., el A.I.D.S., despertando nuestros miedos por ignorar su verdadero alcance y por conocer su hasta hoy obligada conclusión: la enfermedad, la cruel agonía y la muerte. La sociedad norteamericana estaba impactada ante el “cáncer de los homosexuales”, y el resto del mundo asumía con temor que esto era un castigo divino, una revancha de la naturaleza o un motivo más para rechazarnos. El supuesto avance de una comunidad gay mexicana topó entonces contra la pared y reveló que, en lo esencial, nunca fue tal; es decir, las comunidades tienen como característica primordial la existencia de vínculos solidarios entre sus miembros, algo que francamente no se dio (al menos en esa década) entre los homosexuales mexicanos.

  Cuando la gente comenzó a caer enferma y a morir de sida, lo más usual era verles agonizar y concluir sus vidas en total soledad, sin la compañía y el apoyo de todos aquellos amigos que algún día se dijeron tales (aunque no en todos los casos, desde luego). La negación fue la primera respuesta para muchos (“a mi no me pasará eso”), el alejamiento definitivo lo fue para otros. Muchos más decidieron informarse y modificar sus conductas…., pero ya para finales de la década la presencia y avance del sida se volvió un hecho difícilmente ignorado por cualquiera. Resultó costoso y duro para muchos renunciar a la “libertad” alcanzada durante estos años, y generalmente las consecuencias fueron devastadoras; pero con el avance de los días, la premura de redefinir nuestro concepto de libertad y de replantear nuestros estilos de vida fue una necesidad de supervivencia.  Fue envidiable ver la capacidad que tuvo la comunidad gay norteamericana para estrechar sus lazos de solidaridad ante la irrupción del sida y cómo lograron crear importantes organizaciones de apoyo a los miembros afectados de la comunidad, así como efectuar importantes acciones colectivas para informar y generar cambios en los estilos de vida del gay norteamericano. Afortunadamente, en México también hubo personas –tanto fuera como dentro del gobierno– que vieron la necesidad de tomar medidas ante el avance de la pandemia, y así surgieron organizaciones y esfuerzos conjuntos muy significativos. El sueño de nuestra libertad, de la Gay Liberation,  se transformó súbitamente en una pesadilla de enfermedad y muerte. Lo peor de todo es que nunca nos dimos cuenta de que el sida se ensañó con nosotros justamente porque estábamos muy juntos, muy unidos y estrechamente ligados, y poco hicimos por mantenernos así……., juntos.

  

Los profilácticos noventas y el amor en un talk-show

 A lo largo de los años noventa prácticamente no hubo ningún gay que no tuviera un amigo o supiera de alguna persona conocida infectada o fallecida de sida. El avance de la enfermedad fue vertiginoso durante los primeros años de la década y –afortunadamente– también lo comenzó a ser el flujo de información para su prevención. Mucha de la gente que enfermó en estos años contrajo el VIH en los ochentas, pero también una gran proporción de individuos adquirió la infección durante los noventas, creo, como consecuencia de un agudizado deterioro general en la calidad de vida, en la educación y en la economía nacional, que también trajo consigo una drástica reducción de las campañas de información. Hay que mencionar también el avance de organizaciones conservadoras verdaderamente retrógradas (como Pro-Vida, la Asociación de Padres de Familia o el ala conservadora de la Iglesia católica), invitadas a participar en el escenario de las decisiones políticas por Carlos Salinas de Gortari, y que bloquearon sistemáticamente cualquier campaña gubernamental o civil en la que se fomentara la utilización del condón o se hablara abiertamente de la sexualidad y sus implicaciones. Los esfuerzos gubernamentales por abordar un tema evidentemente de salud pública, fueron modestos, pálidos y ciertamente poco efectivos. CONASIDA no pasó de ocupar un par de casitas, una en el sur y otra en el Centro de la ciudad, donde lo único que se hacía era practicar pruebas de detección o regalar condones, cuando los había. Su presencia en los medios fue casi inexistente y, repentinamente, dejó de tener presencia.

 Sin embargo, la conciencia respecto a la imprescindible necesidad de utilizar el condón fue un hecho entre la gente gay en esta década. Muchos adolescentes homosexuales despertaron a la sexualidad ya utilizándolo y prácticamente nunca supieron lo que era tener relaciones sin el látex. Aún así, la inercia de aquel concepto de “libertad” heredado de los setentas y los ochentas y que dictaba que ésta radicaba en dar rienda suelta a nuestros deseos sexuales, siguió su camino y prácticamente no se modificó en nada. Se consideraba, y aún se considera, suficiente con utilizar el condón para evitar contraer el sida, pero no se sintió la necesidad de restringir el número de parejas sexuales diferentes como una medida de prevención. La lucha por encontrar un sentido auténtico, dinámico y trascendente de nuestra libertad como gays cayó en un pesado letargo del que aún no podemos levantarnos, pues el sida nos aisló en nuestros miedos y nos atemorizó ante la idea de no ser ya sujetos del amor.

 La presencia del sida trajo el tema de la homosexualidad al reconocimiento y a la discusión abierta por parte de la sociedad, pero imprimió un nuevo estigma a nuestra naturaleza emocional que quizás aún no terminamos de comprender. Nuestra libertad comenzaba a definirse ahora por los criterios del resto de la sociedad, por lo que ellos consideraban debía ser la libertad para los gays, y ya no fue construido por nosotros mismos que, en cambio, permanecimos muy ocupados lamiendo nuestras ensangrentadas heridas y tratando de curarlas inútilmente, o enterrando a nuestros muertos. Nuestra voz dejó de ser aquella que alguna tarde de verano rompió la cotidianeidad de la ciudad, …muy a pesar de las más de veinte marchas del orgullo. Por el contrario, la voz de los gays se transformó en un doloroso lamento que hoy se interpreta al antojo de quienes han decidido juzgarnos. La esencia de nuestra emoción sensual, de nuestra condición homosexual, es ahora discutida en ofensivos talk-shows en donde un homofóbico equipo de producción y su conductora (curiosamente siempre una mujer) determinan como verdad absoluta su pobre y desinformado criterio, apoyando sus argumentos desde luego con la presencia de un patético sujeto (generalmente travestí o loca) cuyos problemas psicológicos son atribuidos a todo homosexual, y acompañándose de un nutrido público que con sus escandalosos aplausos parodia la imagen de la democracia. ¿Quién les ha dicho que la verdad se alcanza con la decisión y el juicio de una ignorante y morbosa mayoría?, ¿la verdad se alcanza por mayoría de votos?…, no creo.

Rocío Sánchez Azuara, de TV Azteca

Llamémosle “excesos de la democracia”, pero el caso es que en la actualidad existe la falsa creencia de que todo tema que sea pasado por el juicio de una asamblea, sepa o no ésta del tema que se esté tratando, resultará necesariamente en una verdad absoluta, en una fórmula legítima y auténticamente “democrática”. Este abuso de la supuesta fórmula democrática sucede con la discusión de muchos temas en la actualidad y, desde luego, el de las relaciones homosexuales es uno de los más taquilleros en los tan gustados talk-shows televisivos. Si antes los mismos homosexuales buscábamos entender y luchar por nuestra libertad, ahora es un gran público lleno de prejuicios y fanatismo el que teje y reconfigura la celda en que se nos encerrará y a la que se le llamará “liberación gay”. Y quienes protagonizamos o viven en carne propia estas emociones, no habrá más que habitar la nueva marginalidad que se nos está construyendo justo enfrente de nuestras narices. Seremos así fenómenos de un panel de invitados en el programa de la homofóbica Rocío Sánchez Azuara, o de la vulgar y machista Carmen Salinas, y se nos envolverá de látex color rosita (eso sí, en cadena nacional) para que nuestra antinatural condición sea inocua y no pueda contagiar a nadie.

Se repetirán los discursos oscurantistas del “Santo Padre” para ubicarnos en la parte indecible de la escala taxonómica del Reino de los Cielos, y hasta puede que argumentando lo despreciables y sub-humanos que somos los homosexuales y las mujeres que practican el aborto, se justifiquen sustanciosos recortes al gasto en salud pública para ahora invertir en ornato o en míseros changarros condenados al fracaso. Esa es la libertad que se nos confecciona…., y nosotros como si nada.

 

 El nuevo milenio y las relaciones que lo son de hecho

 El panorama en los inicios del nuevo siglo XXI no es del todo alentador para quienes alguna vez soñamos con un esquema de convivencia equitativo, justo e inclusivo. A ello sumémosle el arribo al poder de la derecha radical y conservadora en México. Quienes no nos conformamos solamente con la hipócrita tolerancia o con la coexistencia a la defensiva, vemos con reducido optimismo poder llegar a alcanzar aquella soñada sociedad en la que las preferencias sexuales no determinarán las pautas para una convivencia armónica y productiva. Hoy por hoy, los esquemas de discriminación y exclusión contra individuos homosexuales están vigentes en México, a pesar de la existencia de un activismo más maduro y comprometido, y viendo las tendencias homofóbicas de los gobiernos panistas en ciertos estados y municipios de la república (Aguascalientes, Guanajuato, Nuevo León, Veracruz, Zacatecas), el horizonte es mucho muy gris. El que la sociedad diga entender (como se hace creen en la democracia teledirigida) los estilos de vida homosexuales, no necesariamente implica que ésta les acepte y, sobre todo, les respete como legítimas opciones de convivencia. Por el contrario, se trata de un nuevo estereotipo adoptado ya por el conjunto social y cuya finalidad es la de institucionalizar nuestra condición de seres marginales, la de asignarnos un sitio en la periferia de lo “normal”, de lo correcto o de lo bueno, asegurando con ello que de ahí no nos podremos mover. “¡Horror!, mi hermano es gay y me quiere quitar a mi marido”, se tituló el programa de ayer de Rocío Sánchez Azuara.

 Para revertir esta nefasta tendencia es importante que la comunidad gay global estreche primero sus vínculos de comunicación, se acerque para aliviar sus heridas y se solidarice para hacer frente al sida, retomando aquella unión que fue justamente la que nos hizo grupo endémico o de alto riesgo. Enseguida, hay que volver a soñar y replantear la dimensión de nuestras libertades, pero también de nuestras obligaciones para con el resto de la sociedad. Esta es una tarea que deberemos asumir si no queremos que nuestra plenitud emocional sea nuevamente confinada a las cloacas de la expresión humana. Y para ello, como lo decía un gran homosexual, Michael Foucault, debemos retomar y aprender de experiencias tan íntimas como la vida en pareja o la solidaridad comunitaria que invade la convivencia entre amigos fraternales, para así perfilar las nuevas relaciones que configurará un esquema de convivencia alternativo, inclusivo y democrático. Y, por qué no, también debemos echar mano de los íntimos paroxismos de nuestras soledades y ansiedades individuales. Creo que no se trata de que los homosexuales nos asumamos como una unidad monolítica o como un grupo cuyos intereses estén inspirados o dirigidos al mismo fin; sino por el contrario, debemos reconocer nuestra conformación plural como comunidad humana y –desde luego– como miembros de un entorno natural intrínsecamente diverso. Cuando el ser humano reconozca su diversidad emocional y de género, entonces será capaz de respetar y convivir con su entorno natural sin agredirlo ni deteriorarlo.

 Un componente de la convivencia entre los miembros de la comunidad gay que llega fortalecido al inicio del siglo XXI, es la existencia de medios de comunicación y de expresión propios, dirigidos por y hacia homosexuales y lesbianas. No digo que no hayan existido antes, pero la característica actual es que éstos han devenido en herramientas interactivas a través de las cuales ya no sólo se expresan opiniones editoriales y unívocas, sino que sirven para que –en alguna medida– los miembros de la comunidad se acerquen, se manifiesten, se eduquen, debatan y alcancen consensos sobre intereses comunes. No hay duda que el surgimiento del Internet ha favorecido enormemente esta tendencia, transformando incluso el papel tradicional de los medios impresos y electrónicos hacia un rol más participativo. Sin embargo, creo que los propietarios de los medios de comunicación tienen una grave responsabilidad ante su público: proporcionar información de calidad y, desde luego, fomentar un buen nivel cultural de la participación. No se trata de participar por participar, sino de garantizar que quienes entren al debate colectivo de las ideas lo hagan con conocimiento de los temas y con un nivel básico de especialización. ¡Vaya!, que sepan de qué se está hablando. Así por ejemplo, en temas tan delicados y de interés particular para los homosexuales como lo es la prevención y tratamiento del VIH y el sida, o el de las cuestiones jurídicas que nos amparan de actos discriminatorios en el ámbito laboral o social por motivo de nuestras preferencias sexuales, desde luego que tienen prioridad quienes manejen mejor esta información debido a su experiencia por trabajar y haber sido víctima de discriminación. Evidentemente quienes cuentan con una preparación teórica académica en la materia, deberán siempre compartir su opinión.

 No podemos caer, insisto, en la simulación que hacen los talk-shows de una supuesta asamblea “democrática”, en la que el juicio de una mayoría excitada, prejuiciosa y desinformada se asume como la verdad final. Mucho menos asumir que los llamados sitcom (comedias de situación, como “Diseñador Ambos Sexos”), son signos de una sana aceptación del tema gay en la sociedad.

Creo que el activismo político gay deberá fortalecer su lucha en un frente en el que ya se trabaja desde hace unos años a la fecha, y que más recientemente ha encabezado una diputada local lesbiana, Enoé Uranga, que hay que decirlo, sí trabaja en favor de la comunidad gay (a diferencia de la fallida diputada perredista Patria Jiménez, que sólo se privilegió del cargo y abusó de nosotros permanentemente); esto es: trabajar por el reconocimiento jurídico de las relaciones de hecho o “uniones solidarias”. La ley debe reconocer los derechos que se configuran y adquieren a lo largo de los años de convivencia individuos que permanecen juntos y no tienen lazos familiares o civiles, sean o no homosexuales, a fin de que el patrimonio formado por ambos no desaparezca al ausentarse alguno de ellos. Así, por ejemplo, existen hombres y mujeres ancianos a los que no les une ningún contrato civil o familiar, sino simplemente la solidaridad humana, y después de años de haber compartido sus vidas alguno de ellos muere y entonces la ley no reconoce al otro como legítimo heredero de un patrimonio forjado muchas veces por ambos. Esto ya ha sucedido, lamentablemente, a muchas parejas homosexuales rotas por la irrupción del sida, cuando al morir uno de los dos el otro queda desamparado y muchas veces descalificado y atacado por familiares que, cual buitres hambrientos, arrebatan y reclaman como propio todo lo que los dos amantes construyeron durante sus años de relación. La mojigatería, conservadurismo e ignorancia de muchos de nuestros legisladores y de los mismos medios de comunicación, ha buscado escandalizar a todo el mundo llamándole a esa iniciativa de ley “matrimonio homosexual” y, por lo mismo, la ha postergado nuevamente. El activismo gay tiene un gran reto frente a esta situación, además de la permanente tarea de identificar, denunciar y suprimir los actos de discriminación y homofobia que la cultura machista despliega cotidianamente, sobre todo ahora que nuestro país es gobernado por la derecha radical que, sin recato, despliega símbolos religiosos y discursos moralistas ante la indiferencia del pueblo, excitado aún por la “victoriosa” derrota del tan odiado PRI.

 Para los jóvenes homosexuales y lesbianas de todo México, el reto será el de soñar con nuevos ideales y replantear los parámetros de aquella libertad que se les antoje disfrutar. Lejos de basar nuestra libertad exclusivamente en nuestra relativa capacidad de sostener relaciones sexuales con quien podamos y se nos dé la gana, algo que de hecho sucede, creo que tendrán que cuestionarse si lo que realmente quieren es que su comunidad, la comunidad gay del nuevo milenio, se explique solamente por la “convivencia” que acontece en los circuitos comerciales (los bares y las discotecas) o si aspiran a otros esquemas y espacios de expresión. Si los homosexuales y las lesbianas del siglo XXI se van a reconocer como aquellos fenómenos (freaks) que aparecen en los talk-shows de la televisión (“Cosas de la Vida”, “Hasta en las Mejores Familias”, etc.), entonces habrán de habitar permanentemente en los márgenes que mañosamente nos preparan ya los conservadores y homofóbicos. Y no se interprete con esto que me opongo a la diversión ni al entretenimiento que ofrecen los bares y discotecas gays, no; simplemente me pregunto si los jóvenes de ahora no quieren ir por más, más en el campo de las artes, más en la vida pública, más en la formación de empresas u organizaciones, más en su preparación personal y profesional, más en el amor, más…. en todo.

 Finalmente, para quienes en menor o mayor medida participamos de los esfuerzos de comunicación al interior de esta a veces intangible comunidad gay, creo que la tarea será prepararnos permanentemente y así profesionalizarnos para cumplir con el grave compromiso de informar en aras de alcanzar una mejor calidad de vida para homosexuales y lesbianas. Quienes crean que comunicar es exclusivamente vender imágenes o ideas erotizadas, refritos de información no actualizada o plagios de quienes sí son creativos, debo decirles que no les vaticino mucho éxito en su intento y que mejor se capaciten. Los esfuerzos de comunicación en la actualidad y al interior de nuestra comunidad deben expresar el hecho de que hoy somos diferentes, que somos gays del siglo XXI y que somos un universo en expansión que busca un nuevo sentido para su libertad.

 

Desde algún lugar de la urbe.... , Contactar a Paco Calderón Febrero del 2001


 

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ENTRADA PRINCIPAL Paco Calderón / Fotógrafo